Jorge Pardo, pescador habanero y gran maestro de pintura, dibujo, escultura y arquitectura

Parecían papeles de gran formato, de marmol como il papiro de Venecia, barniz encima, colores pastel. Obra delicada y hermosa. Sentado estaba el maestro, pantalón blanco, chamarra negra, pelo abundante blanco con sospechas grises, bigote y barba blanca. Jorge Pardo la estrella de la noche en la galería Elba Benítez. Sus famosas lámparas en colores amarillo y rosa, los cuadros en amarillo, rosa y verde pálido. El piso en cerámica de tonos más fuertes, naranjas sobre todo. Múltiples libros y catálogos dedicados a su trabajo de pintura, diseño, escultura y arquitectura. Artista cubano Peter Pan, niños que salieron de Cuba (1960 – 1962) en operación de la iglesia católica y el Gobierno de los Estados Unidos, enviados por padres opuestos a la ideología comunista. Artista que no olvida su infancia al lado del Río Almendares del Vedado habanero, Jorge Pardo. 




No te lo puedes llevar, dijo el artista, era un folleto impreso con su obra. Son los títulos de las obras, esto es lo que representan, el progreso de diferentes pinturas que estoy haciendo. Ah, ahora mismo lo regreso, O.K. Cuéntame de lo que estás haciendo. Las pinturas no se tratan de nada más que su proceso. Un proceso complicado que empieza en la computadora, después laser, después a mano, laser de nuevo, usar tecnología y usar pintura con un lápiz hecho a mano. ¿Eres feliz en Mérida? Porque vive ahí. ¿Te encanta? Sí, desde hace como 20 años o más. No me cuentes…Aburrido pero fantástico, me gusta mucho la región, me gusta pescar, tengo un botecito y salgo a pescar. ¿Pescabas en Cuba? Tenía seis años, igual que tú cuando salí. No, yo soy mayor que tú. Yo vivía en El Vedado donde está el Puente del Río Almendares, Línea y la 23. ¿Has vuelto? Le pregunto. Una pila de veces. Yo acabo de estar en La Bienal de La Habana, la música y el arte maravillosos, el resto un desastre. Un desastre, repite el maestro pensando en nuestra Habana. 

Cenamos en Botín, Calle de Cuchilleros 17, según el Guinness Book of Records, el restaurante más antiguo del mundo. Cerca de la Plaza Mayor fue fundado a finales del siglo 16. Muy bien atendidos por el mesero. El postre, la Tarta Botín de bizcocho y crema me encantó. 


 

Al día siguiente a Sevilla con Taiyana, allá muchos amigos, amigas, Ella Cisneros, Catherine Petitgas, Magalí Arriola, Diego Hass, Sol Henaro. Antes de llegar me perdí en la estación Atocha, para arriba y para abajo, hasta que al fin, entré al AVE. La ciudad de Sevilla me fascinó con sus callecitas estrechas ondulantes, caballos y carruajes, parques y fuentes. Compré un plato sevillano en azules para mi colección y Taiyana múltiples turrones y un abanico típico. Al CAAC, Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, a ver la obra preciosa de la cubana Claribel Calderius, Sensemayá, Cánticos para matar a la culebra. 



Tradición de religiones africanas como santería y palo monte y rituales inspirados por el poema homónimo de Nicolás Guillén. La culebra aparece como símbolo de cambio y espiritualidad en los trabajos tejidos sobre fibra de yute, puente entre lo ancestral y lo contemporáneo. El espacio sacro, la capilla de San Bruno del CAAC con las figuras desnudas de Claribel hacen buen contraste, un diálogo entre cielo y tierra. Serpiente peligrosa que renace. 




También vimos las grandes instalaciones hechas con tierra de la colombiano Dercy Morelos, titulada Profundis, que ciertamente transformaron los espacios. Una mujer la creadora de estas piezas tremendas de color café oscuro. “Hay una profunda relación entre nosotros, los humanos, con la tierra, y hemos perdido esa consciencia”, dice la artista y añade por fin:” En las tradiciones andinas ancestrales, el ser humano es tierra viva, soy un cuerpo, soy tierra. En el espacio de la exposición, la tierra es el centro y el espejo de lo que somos”.


 

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