Bienal de São Paulo I, Parque de Ibirapuera, Pabellón de Oscar Niemeyer


Manos negras que han sufrido, tierra, agua y fuego 

The greatest show on earth, Premio Óscar a la Mejor Película (1953) fue un homenaje al mundo del circo. Aquí en Sao Paulo, Brasil, no es circo, sino la exhibición más completa, mejor, que he visto en mucho tiempo: la 35ava bienal de São Paulocoreografias do impossível, la mayor bienal de arte contemporáneo del Hemisferio Sur. Una maravilla que elevó los corazones y encendió las luces de quienes pudimos gozarla, reflexionar con ella, llorar, doler y gozar al fin. El arte, siempre el arte entre árboles, lago, azul infinito y verdor. Ahí, dentro del Parque do Ibirapuera, desde 1951, se celebra la muestra de arte, en el Pabellón Ciccillo Matarazzo o Pabellón Bienal. Creación de Oscar Niemeyer, hito de la arquitectura del siglo XX, construido entre 1951 y 1954. Incluye la larga terraza acristalada y el sinuoso camino -laberinto majestuoso en curvas que suben y bajan, escaleras blancas, luminosas, misteriosas, incomparables-, que conecta varios edificios y crea la identidad de la propuesta: luz y ventanales para que el parque entre al edificio. 


Era 7 de diciembre y yo había llegado a São Paolo de madrugada; por primera vez no dormí en el avión a pesar de la delicia que es Aeroméxico. La maleta llegó enseguida y a primera hora ya estaba en la ciudad de edificios espectaculares, la más poblada de América, con 22.62 millones de habitantes (seguida por la Ciudad de México con 22.28). Un edificio tras otro, uno, otro, pegados, poderosos, aguantando el cielo. Es una ciudad muy rica con barrios llenos de árboles como bosque, me recordó a Las Lomas de Chapultepec y quizás Polanco, pero aquí es más hermosa porque combina todo. De pronto me pareció estar en La Habana, o en Lisboa, o en Nueva York, o en San Francisco, los homeless en las calles, la aglomeración humana en Avenida Paulista y de repente casi nadie por las calles Oscar Freire o Augusta. El taxista no me deja abrir la ventana, “vienen en moto y te arrancan la bolsa”. No puedo andar con el celular en la mano cuando camino, me lo quitarán. 


A la bienal, un concepto de coreografía que no entendí. El arte sí, negro, afro-brasileños, de la tierra, cultivos, naturaleza, barro, raíces, plantas, flora, fauna, paz y luz, violencia y oscuridad. colonización, explotación e injusticia como clichés, o eso me pareció. Pinturas de la serie Mangue de Rosana Paulino, en grandes formatos, Ibis ave sagrada, crab purificación y garza protección. Las vasijas enormes de cerámica Nous sommes ce que vous ne voulez pas voir, instalación de M'barek Bouchichis, con inscripciones poéticas: “COMO PODE UM SER PENSARIE NAO SER TERRA, AGUA, FOGO”, verso del poeta negro y manos negras de ambos lados del Atlántico. 


 

Por fin Sonia Gomes, otra artista de color negro, brasileña, que trabaja con telas y ropas creando esculturas hermosas como resistencia milenaria. Hilos invisibles que pacientemente tejen la red. Me encantaron sus lienzos en textil. Y la gran alegría de ver los papalotes de Francisco Toledo, alegría por tratarse de nuestro oaxaqueño, artista maravilloso y sensible. Desaparecido hace 4 años en 2019, de Juchitán de Zaragoza (Oaxaca). 43 indígenas desaparecidos, caras en los papalotes, justicia para los normalistas. Esto sí que nos duele, queremos explicaciones, queremos saber.



Comentarios

  1. Mil gracias por compartirnos un pedacito de tu vida en Sao
    Paulo y de la Bienal.

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  2. Gracias Nina, muy enriquecedor.

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