Arturo Cuenca, mi mentor, fundador de la galería nina menocal, dedicado a su memoria.

La mejor langosta de mi vida en el Internacional de mi infancia, 13 dólares 

 

Cuenqui mi amor, te conocí en enero de 1989 a través de Fichú Menocal mi prima. Cuatro horas después de encontrarnos ya éramos cómplices. Vi tu performance en El Castillo de la Fuerza, baile filosófico, creo, en el que planteabas tu reflexión sobre la condición humana en relación a la política. Me hechizaste. También me quisiste mucho así como yo y todos en mi casa, a ti. Carolina hoy se reía con tus ocurrencias, eras loquísimo. “Si eres virgen a los 14 años es antihigiénico”, le anotaste. A mi me convenciste de que eras genio. Y sí, Art-Ciencia, Art-Cuenca, sí que lo eras. Bailamos y bailamos ese enero antes de que yo tomara el avión a México. Pocos meses después ya estabas aquí exhibiendo en el Auditorio Nacional y en la Galería de Arte Mexicano (GAM), fuiste pionero de arte contemporáneo en esta ciudad azteca. 

Eras gozador y muy divertido. En 1989, poco después de tu llegada, Joel y yo fuimos a París; compramos en Kenzo, diseñador japonés de avanzada, unos leggings de leopardo, blazer rojo y botas de vaquero con punta de plata puntiaguda, así andabas por todo México disfrazado de Arturo Cuenca y tus lentes redondos que entonces eran novedad. Con tus crespos negros y ojos negros, chiquito de estatura, con buena figura. Manos a la obra, me encaminaste a construir la primera galería de arte cubano contemporáneo del mundo. Así mismo. Compramos una Apple, la primera personal computer que era como una consola y un departamento en la calle más pequeña de la Zona Rosa, Biarritz entre Londres y Hamburgo. Estaba en un cuarto piso. Ahí para Tomás Sánchez quien había llegado de Cuba a exhibir en la galería Arvil, muestra que había organizado yo con los Landucci, Ana Luisa y Claudio. 

Antes llevé a los Landucci a Cuba. Fuimos a Varadero contigo en un Moscovich, coche ruso que se produjo entre 1946 y 1947, basado en el Opel Kadett. Uyy, Cuenqui, llegamos al hotel Internacional de mi infancia, igualito a cuando lo había dejado hacía 30 años. Varadero de arenas muy blancas, finas, precioso, una alberca grande con pocos turistas, palapas en la playa. Luego, con 13 dólares, comí la mejor langosta del mundo, de mi vida. En el Barbacoa Grill del Internacional, qué felices éramos. Caminamos en la playa a la casa de Fichú Menocal en Kawama, calle 14, al principio del reparto. Estaban Leonardo y Virginia Morales Menocal con mi prima, sus hijos. Sacaron una foto antigua, de cuando yo era niña en Varadero con todas las amigas y primas, Lidia Mendoza, Alicia Mestre, Alina Pedroso, Sofía Mendoza, Marilú Lamar, Tuti de Armas, Josefina y Regina Sosa, Beatriz Lamar. Ah! La niñez dorada. 

Tomás Sánchez en La Habana ofreció espléndida comida en honor nuestro, el arroz cubano y las carnitas de puerco, plátanos maduros y verdes a puñetazos, yuca al ajo por supuesto, frijoles negros. Conocí a Nitzia Agüero la directora del Fondo de Bienes Culturales, donde sentó las bases del arte de vanguardia cubano, Cuenqui mi amor. Tomás estaba con Robertico entonces, no sé si ahora. Ahí los fotógrafos Luli Solis y Adalberto; Otto, nieto del rey del Tabaco y Alina, hija del Comandante. Naty Revueltas, amor de Fidel, le ayudó a preparar el asalto al cuartel Moncada. También mi amiga del alma Josefina Reyes Lovio, abogada brillante y Antonia, public relations del Ministerio de Cultura. Tantas vivencias y tantos recuerdos, creo que me seguirás guiando, Arturo Cuenca, Art-ciencia. Buen camino, buena luz, te quiero siempre.