Ron Brasch, gran mecenas de arte cubano, Bienal de la Habana Parte II (dedicado a Ron Brasch)

Ron Brasch y Una su esposa, él gran mecenas de arte contemporáneo cubano, dejará legado al Center for the Fine
Arts de Colorado Springs

Mamacita quería caminar y nos íbamos a merendar al Carmelo

Quise ir al Carmelo. Me trae recuerdos de Mamacita, mi bisabuela materna. El último año que viví en Cuba lo pasé en la Calle B, del Vedado, con mis abuelos Johnson y Mamacita. Mis padres estaban en Ciego de Avila, Camagüey cuando un día decretó papi “¡No hablas ni una palabra de inglés” y me mandó para La Habana al Ruston Academy, la mejor escuela estadounidense en América Latina. No duré ni dos días. El director James Baker llamó a mi abuelo, quien era Presidente de la Junta de Directores y le dijo “que venga tu chofer todos los días por uno de mis profesores”. Así fue que de lunes a viernes me sentaba en la sala ovalada de molduras doradas de la calle B, diseñada a principios de los 1920s por la Maison Jansen de Paris, con un maestro del Ruston. Después de una hora el chofer lo regresaba y yo no aprendí nada.

Mamacita quería caminar y nos íbamos a “merendar” como a las 7 de la tarde, bajabamos por la calle B hacia el mar y en Calzada a la derecha hasta D. Ella tenía un bastón, siempre vestía de negro, redecilla en el pelo y anteojos en la cara. No hablamos. En el Carmelo pedíamos un Elena Ruz y café con leche. El Elena Ruz era un sándwich de pan tostado con pavo, queso de crema y mermelada de fresa ¡delicioso! Hace poco descubrí, en el libro Mapa dibujado por un espía, que su autor Guillermo Cabrera Infante iba todas las noches al Carmelo, esto justo después de la Revolución en el año 1960. No sé si antes de la Revolución también se codeaba con los asiduos a la cafetería que era una institución del high societydel Vedado y del Auditórium (ahora Teatro Amadeo Roldán) del Parque Villalón. 

De cualquier forma El Carmelo está irreconocible: terraza desolada y triste, interior cerrado y sus puertas, antes de maderas preciosas, ahora son de lámina. Al subir al coche ví un letrero que decía “ballet” a un costado del teatro, me pareció curioso pues ahí mismo yo tomaba clases de ballet. Al lado estaba Petriccioni, casa de antigüedades donde empecé a los 12 años una colección de porcelanas blancas. Claro, todo se quedó en Cuba: Más se perdió en la guerra. 

El Carmelo de D y Calzada, quizás alguna vez Mamacita
y yo coincidimos con Guillermo Cabrera Infante
La experiencia de la XIII Bienal de La Habana fue no solo el arte de la bienal, ver a artistas que son parte de mi vida (cubanos y de diferentes nacionalidades como Grimanesa Amorós del Perú y José Arturo Martin de Las Islas Canarias, ambos con instalaciones en el Malecón) y las exhibiciones en museos y en el Gran Teatro Alicia Alonso; sino también llevar a mi hija Alina, yerno Chris y nietos Teo de 12 años y Andrés de 9; al coleccionista de Colorado Springs, Ron Brasch, por quinta vez y al querido amigo y arquitecto mexicano Juan Garduño por primera. Otra emoción fue saludar al bailarín cubano Carlos Acosta de fama mundial. Estuve en la tierra donde nací, de mis padres, abuelos y bisabuelos, del 9 al 17 de abril. Siempre encuentro felicidad en La Habana.


 El arte, una experiencia que les cambió la vida 

Mis nietos, quienes viven en Londres declararon que el arte les había cambiado la vida. Teo entendió el “hidden meaning” en las obras de arte, también “me encantó ver las diferentes partes de La Habana y La Habana Vieja, estaba muy preciosa y muy vibrante con muchos colores diferentes” dijo. Andrés resumió “me gustó mucho el arte en Havana especialmente el arte de Donis del Malecón con lego y con el Havana Club bar”. Se refería a dos obras de Donis Dayán Llago, fotografías del malecón intervenidas. 
Donis Dayán Llago, fotografia Malecón con lego

A través del arte mis nietos ingleses entendieron su cubanía. Buscaron un rato para ver las casas donde nacieron mis padres y yo misma. La última mañana caminé por La Habana Vieja con ellos, salimos del Kempinsky en la Manzana de Gómez (construido por José Gomez Mena en 1910 y reinaugurado como hotel en 2017); en frente vimos el famoso bar El Floridita donde se tomaba sus daiquirís Ernest Hemingway y donde mis padres y sus amigos celebraban sus mejores años. Pasamos por el poderoso Banco Gelatz, hoy Banco Nacional de Cuba de arquitectura ecléctica cubana de la primera mitad del siglo XX, neoclásica, barroca, portón de madera preciosa y herrería con las iniciales del dueño NG (Narciso Gelatz), su descendencia está hoy dispersa entre Palm Beach, Washington y Miami. Vimos las casa del poeta José Lezama Lima (1910 – 1976), autor de Paradiso, primera y única novela, había una placa con mensaje de “Adiós” que dejaba su amigo Virgilio Piñera (1912 – 1979), autor de La isla en peso. Pensé en José Bedia, artista que inauguró mi galería de la colonia Roma en la Ciudad de México en 1993 con espléndida exhibición de pinturas titulada “La isla en peso” -él cargando a Leonor y Pepito y a su isla por doquier-y pensé en Sandra Ramos, mi otra artista querida, cuyo grabado “La maldita circunstancia del agua por todas partes” es el primer verso del poema de Piñero. 
De Virgilio Piñera a Lezama Lima, poetas del alma cubana

Nos paramos frente a la casa donde Alejandro von Humboldt instaló sus instrumentos físicos y colecciones de Botánica y Mineralogía (Diciembre 1800 – Marzo 1801), ahí rectificó los cálculos matemáticos de Meridiano de la ciudad.

Por fin llegamos, vencidos por el calor y la humedad,  a la iglesia donde se casaron mis padres, cerrada porque las iglesias en La Habana Vieja cierran entre 12 a 4 de la tarde; que pesadez, pensé, cuando un señor muy amable abrió la puerta de al lado, del Convento de la Merced en Calle Cuba. Descansamos un rato en la parte techada del patio, mis nietos inglesitos, mi yerno y mi hija, que como mi madre, se llama Alina Mercedes en honor a la Virgen de la Merced.
obra de Rafael Villares, el significado oculto
del  arte

Ron y Una Brasch compraron esta vez obras de los artistas José Ángel Toirac, Rafael Villares, Mabel Poblet, Elizabet Cerviño, José Manuel Fors y Atelier Morales, todas las que serán donadas al  museo Center for the Fine Arts en Colorado. Son amigos sencillos, bellísimas personas interesados y conocedores del arte contemporáneo cubano. Su colección cubana llega a las 50 obras, cada una escogida con cuidado. Hay pocas personas tan gentiles como ellos, poco presumidos y que buscan un sentido filántropo en todo sus quehaceres. De melena color caramelo claro y anteojos parece hippie pero no lo es; Ron Brasch es un hombre de negocios dedicado a fusiones y adquisiciones de empresas. Su pasión es apoyar a los artistas, el arte, la música, museos y centros culturales. 
La vista desde el piscina-bar del lujoso hotel Packard
La Habana hizo gala de un segundo hotel recién inaugurado, muy lujosos, el Packard en el Paseo del Prado desde cuya piscina-bar podíamos ver la bahía de La Habana, el mar y el Morro. ¡Que privilegio el poder ver! ¡Y que costosa es la mirada! Alrededor están las calles de Centro Habana, el contraste entre lo que vivimos los visitantes y lo que viven los habaneros es desgarrador. En esas calles estrechas de polvo y baches casi no habían coches, pasaban vacias bicicletas-taxis, vi carritos que vendían cebollas y ajos ya que “los huevos llevan semanas perdidos”. – De nada sirven las largas colas en Western Union para recibir remesas de familiares­–, dijo una señora entristecida.

Yo estaba empeñada en ir a la recomendada tienda de diseño, Clandestina, cerca del Capitolio. Después de probarme vestidos reciclados como harapos chic, apretados al cuerpo, salí con unas fundas para cojines y un collarcito de chaquiras blancas con corazón rojo y adorno azul, colores de la bandera de Cuba. De pronto me encontré frente al Colegio Belén, al que nunca había conocido. Aquí estudió Fidel, pensé, mientras leía la placa del 90avo aniversario: “Aquí se educaron millares de cubanos ilustres, 1854 - 1944”. 

A falta de huevos, cebollas




















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