La niña perdida en Nápoles, y mi hermano perdido en Costa Rica Parte I

Yo tampoco he podido llorar por mi hermano Carlos, no es que no quiera, sino que no he tenido tiempo. La vorágine de mi vida en esta etapa ha sido confusa, cambiante, igual a las depresiones que me llevan a estar feliz y luego angustiada, aguda y luego indolente. De repente estuve arriba durante el verano, poco después de que Carlos desapareciera. Y en lugar de dejar todo por él, de ir a Costa Rica a ver a su hija Alina, seguí con el indestructible programa de los eventos de arte en Europa: París, Kassel, Munster, Venecia, Londres, Madrid y varios intervalos en París. Tenía mucho que hacer, un proyecto con la ADIAF (Association pour la Diffusion Internationale de l'Art Français) para la Bienal de La Habana, y mucho que hablar y gozar con mis amigas y compañeras de viaje: una, directora de museos, otra, artista española.

Carlos desapareció el 4 de mayo de 2017. Acabo de leer La niña perdida, cuarto y último libro de Elena Ferrante, una saga de dos amigas que nacieron a mediados del Siglo XX en Nápoles. Aquí desaparece una niña de 4 años en la stradone de un barrio tomado por terroristas y traficantes de drogas. La madre, Lina, protagonista de la novela, mujer fuerte, de inteligencia e intuición pura, hermosísima y manipuladora, no llora. En vez, se vuelve maliciosa y enloquece a todos quienes la rodean, al barrio entero, a la ciudad, al país. Ella se va desdibujando hasta desaparecer también en la historia turbulenta y brutal de Italia después de la II Guerra y hasta el 2013. La niña se pierde en 1984 y queda en signos de interrogación (¿asesinato, rapto, muerte, tráfico de órganos, trata de blancas?). Para Lina no hay forma de concluir el duelo. Lina se distrajo. No hay cuerpo, solo culpa.

En el caso de Carlos y mío apenas se asoma el duelo, empujado por la lectura de este libro. Tengo su foto, el rostro de mi hermano sonriente y con cachucha, reclinada sobre la de mi papá, en mi escritorio. A cada rato la veo y recuerdo su ternura. Empiezan a llenarse de agua mis ojos, regreso rápido al trabajo y no me dejo sentir.

Sería demasiado duro, era mi hermano adorado, el chiquito, el que había sufrido, al que mi mamá tuvo la ocurrencia de apodarlo “el patito feo”. Así como a mí Cara de Pandereta y a Luis El Lujo. Caqui, Cacharro, como yo le decía. Por lo menos siempre le dije que lo quería. Lo llamaba a menudo, estaba lejos, luego chateábamos. Mis últimos chats fueron después de la desaparición, cuando lo buscábamos. El 3 de agosto: Happy Birthday adorado Carlos, te quiero siempre; el 18 de mayo: te quiero Cachorro, desde el día que naciste has sido mi ilusión y alegría. Por favor regresa. El 10 de mayo: Cacharro te estoy buscando, la Virgen te dará una señal. El 7 de mayo: tus hermanos Luis, Ilia y yo y por supuesto Alinita tu hija estamos día y noche contigo, es la unión que siempre soñaste ¡te esperamos! ¡Te quiero!

Se supone o se dice que Carlos cayó accidentalmente a un río llamado Bevedero donde se une al río Tempisque, al lado del Puente La Amistad, en Nicoya, Costa Rica. Cerca de su finca. Pero nadie, ni la policía, ni Presidencia, ni los detectives privados pueden jurarlo. Es un rumor, como el que ha pegado mejor.

No se suicidó porque tenía dos citas muy importantes al día siguiente. Una con el abogado para cambiar su herencia a favor de Alina su hija; otra con la real estate para vender la finca, ¡había comprador! Tampoco lo mataron porque ya interrogaron varias veces a los dos sospechosos (el cuidador de la finca y la señora que se robó las acciones y escrituras). Se resbaló. Él era poeta y le gustaba ver los atardeceres, se acercó al borde del río, dejó la llave del coche puesta. Alguien lo vio ahí parado, tan alto como era. Una brisa acariciaba su rompevientos beige y los pantalones también beige ondulaban. El río sonaba, estaba revuelto allá abajo.

Yo sé que he perdido a mi hermano, a un ser humano luminoso. Estoy como aturdida, muy lenta. No tengo ganas de trabajar ni de hacer los ejercicios de las rodillas. Un cambio abrupto en mi vida se junta con la desaparición de Cachi. Estoy mudando la galería de la San Miguel Chapultepec a mi casa en las Lomas de Chapultepec. Después de 27 años y sin saber bien que viene en adelante ¿arte, literatura, escritura, proyectos específicos, enfermedad, viajes? Quizás todo eso además de la vejez que no tiene compasión y la estoy viendo. Por lo pronto tengo que recuperar y restaurar a su estado original la casona de Zacatecas 93, la galería nina menocal. Era espléndida, un palacete colonial y neo francés-increíble la mezcla-,  y escalera de granito blanco al centro del patio. La Roma de Don Porfirio de principios del Siglo XX. 

El último inquilino levantó los pisos de mármol, los techos de vidrio antiguo sobre las terrazas, la puerta de herrería que abría al patio, la fuente, ventanas, puertas, todo. Zacatecas 93 está en zona de guerra, tengo que reconstruirla. Eso es lo que estoy haciendo en esta ciudad burocrática donde nada puede hacerse por la derecha y donde nada quiero hacer por la izquierda. Corrupción en la Cuauhtémoc, y claro, en toda la ciudad, en todo el país.


Nada tiene que ver con Carlos ni con mis lágrimas. Mientras las últimas no llegan, lo sigo queriendo. Mientras no llegan tendré que asumir la realidad, lo que es. El hermano perdido está dentro de mí y yo desorientada busco afuera y adentro, con su cachucha y sonrisa preciosa en mi mirada.

    
Carlos, mami e Ilia, Carlos, Alina y Carlos

En la graduación de Alina

Foto que me envió Carlos, antes de partir, de Alina su hija:
 ¨Comimos en Las Domingas, sabroso, bonito, 
pero por encima de eso, la pasamos muy bien¨.

Cachi con Happy su sobrina, hija de Luis, 
en New Hampshire

... la brisa de esa tarde de mayo
 en Nicoya, Costa Rica

Su sonrisa y la cachucha

Comentarios

  1. Tiene un aire a un sr.que va a Hospital Parcial a llevar a su hijo..le voy a preguntar como se llama..

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

80 años de Juan Francisco Beckmann Vidal en Tequila, Jalisco, dedicado a Juan Beckmann y Doris Legorreta de Beckmann

Lupe Peñafiel nos reunió en su casa llena de arte

Gracias a las amigas y los amigos que me acompañan siempre: hay que vivir bonito