Gracias querido Tachito por siete años de acompañarme

Gracias San Judas por ayudarlo y ayudarme 

Un mar de gente el 28 de octubre, día de San Judas Tadeo. Se llama el templo de San Hipólito y San Casiano, mandado a construir por Hernán Cortés en 1599 en una esquina de la Alameda Central de nuestra Ciudad de México. El Marqués del Valle de Oaxaca quiso homenajear la toma de Tenochtitlán, y sobre una ermita que conmemoraba a los españoles caídos durante la Noche Triste (1520) apareció la iglesia. La obra se terminó dos siglos después en 1740 y hasta 1982 se colocó en el gran altar la imagen de San Judas Tadeo, uno de los doce de Jesús. Yehuda es Judas en hebreo que quiere decir “alabanzas al Señor” y Tadeo significa valiente en arameo. Lleva un medallón en el pecho y una llama de fuego sobre la cabeza. Es el santo de las causas difíciles y desesperadas y creo que hace milagros pues en México y en Cuba lo queremos mucho. San Juditas para los humildes, el santo de cabecera de mi mamá. 

San Judas Tadeo, hijo de agricultores y primo hermano de Jesús, nació en Caná de Galilea. Murió un 28 de octubre del año 65, en Persia o quizás Armenia o Beirut. Sacerdotes paganos le cortaron la cabeza con un hacha. Me duele pensarlo y me duele escribirlo. Su cuerpo duerme en la Basílica de San Pedro, en Roma. Quizás por eso fui al casi-Centro el viernes pasado. No pude entrar a la iglesia por la cantidad de personas. Desde la reja de afuera, mirando las flores en el pórtico, le pedí por Tachito. Mira San Judas, no quiero que sufra. Tiene un tumor canceroso en el hígado, de 10 centímetros. Tengo cita con el oncólogo el martes, ojalá le alargue un poco sus días conmigo y con Joel. Ha sido la luz de mi vida estos últimos 7 años, siempre a mi lado, siempre fiel -menos cuando piensa en comida. Al principio yo pensaba que era mi papá, ahora sé que Papi me lo envió. Para enseñarme lo que es la ternura. Es tan dulce mi perro, San Judas, ayúdame, ayúdalo. 

Tachito había sufrido mucho. Lo tenían amarrado con una cuerda de alambres y sus dueños malos, para divertirse, le disparaban con municiones. Ahí las tiene en todo su cuerpo y la gran cicatriz en el cuello. Una oreja mal mordida se le abre cuando camina. Su carita es preciosa, los ojos muy expresivos, “se ve preocupado”, me decía un amigo. Lo recogió en 2015 un tal El Yorch, patrón de los callejeros y le regaló el perro a Emilio, mi nieto. En mi barrio hay muchos como él, un cruce entre Pastor Alemán y Rottweiler, negro con manchas cafés. Lomas Shepherd según lo bautizó Joel. “¿Dónde está mi perro?” es mi grito de guerra. Tachito siempre responde, corre hacia mí, me busca, menea la cola torcida que tiene, sumiso y contento. Por las mañanas trabaja conmigo en la oficina del tercer piso de Alpes. Sale a la terraza a asolearse, regresa adentro y vuelve a salir. Hasta la hora de la comida. 

Antes, cuando yo decía ¡Vámonos! él volaba por las escaleras y brincaba al coche. Íbamos al salón de belleza, al doctor, a la galería de San Miguel Chapultepec. Tachito era joven entonces, corría, bailaba. Sus saltos eran casi como los de Isaac Hernández. Me lo llevé a la Peña de Bernal en el Estado de Querétaro, por poco lo pierdo en el monte del Monolito. Lo había dejado solo mucho rato amarrado en el carrito; desesperado supo quitarse el collar. Siempre ha dormido conmigo, amanecemos juntos. Le digo al oído cada vez: te quiero y te querré siempre. Entonces me mira largo con amor. Ahora que está viejo le han salido pelos blancos en la barba. Ya no sale a caminar, solo a hacer sus cosas fuera de la casa, por las mañanas. Es un perro educado, sensible, limpio y para mí el más hermoso de todos los tiempos. Yo tengo para él todo mi corazón lleno de gratitud. Gracias querido Tachito por acompañarme, por ser mi amigo fiel, por ser mi vida.