Clara Porset, arte popular, artesanía e industria en el MUAC

El juego de té de Ortega está en el comedor de mi hija 

Clara Porset (1895 – 1981), cubana como yo, también vivió y trabajó en esta Ciudad. Arquitecta y diseñadora de muebles para los espacios famosos de Luis Barragán, Mario Pani y Juan Sordo Madaleno. Hija de españoles ricos terminó sus estudios en Nueva York, en la Universidad de Columbia. De ahí a París, a la École de Beaux-Arts, la Sorbonne y el Musée de Louvre. Mejor imposible. Clara regresó a Cuba, creó nuevas ideas en diseño de muebles para casas, hospitales, escuelas y clubes. Fue alumna y amiga cercana de Josef Albers y Annie, artistas ambos del movimiento abstracto Bauhaus. Buscó en el arte popular y la artesanía un vínculo con lo industrial, lo hecho por las máquinas. Cuando el hotel Pierre era la gloria de Acapulco fue ella quien diseñó las famosas butacas (Butaque) de madera y tejido de Ixtle. Fundadora de la carrera de Diseño Industrial de la UNAM enseñó ahí durante cuatro décadas, hasta su muerte. 

Ahora en el MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo) la exhibición Una Modernidad Hecha a Mano une el diseño artesanal -de las décadas de los cincuenta hasta la actualidad-, al sueño de la industrialización. Viene de la primera exposición de diseño en la Ciudad de México que había organizado Clara Porset. Un mundo de cosas que hubiera querido acumular, tener: joyas creadas por William Spratling, “padre de la plata mexicana” y fundador del primer taller artesanal de plata en Taxco. Luego el juego de té de plata Ortega, renombrada platería que mezcla lo prehispánico con lo europeo…Mi suegro me regaló un juego de té Ortega que ahora está en el comedor de Carolina, mi hija. Y en mi comedor los gallos de pelea Ortega, hermosos, regios con alas, patas y garras, plumaje del pecho, todo en plata y todo parecen reales. Veo unos aretes de oro con piedras rojas de granate. Esos mismos los tuve yo, diseñados por Ernesto Paulsen, arquitecto y joyería que vivía en Lomas Altas y era mi vecino. Aún no me había casado y escribía en El Heraldo de México. Entrevisté a Paulsen, me regaló los aretes. Hoy están perdidos en mi desorden, en el caos de mi vida. Seguro los vendí. 

Las amigas son importantes. Las veo seguido. Los martes en casa de la Beba tomamos clases de Geopolítica, nos gusta reunirnos ahí. A veces comemos antes en mi casa o en casa de Marusa. Otras vamos a un restaurante, la cosa es reunirnos, conversar, abrazarnos. Si Taiyana viene de Monterrey, salimos de compras a Carla Fernández. Luego Tai se va a su hotel y pierde las pastillas para dormir. Ohh tragedia, pero aparecen. Estamos bien. Viene mi cumpleaños, celebro con amigas, Joel y Xavi mi yerno. Carolina hace un speech, dice que siempre me estoy reinventando, hasta aprendiendo alemán. Que yo había sido su inspiración para su aventura como periodista, que no me detenía ante nada y que había sido una fuerza impulsora del arte contemporáneo en México. ¡Mil gracias, payasito, como te decía mi mamá! 

Sigo caminando. Camino tanto que Ana Luisa me llama “Forrest Gump”. El que corrió maratones durante tres años sin parar. Un día encuentro un huerto en la Tercera de Chapultepec. Hay letreros escritos en Náhuatl, ollas, tinas oxidadas con plantas y una cueva. Estoy con Mookie e Irene, con cuidado bajamos la colina. Oímos los bramidos de perros salvajes. Regresamos rápido a la civilización, a las calles de Auvernia, luego Parque Vía Reforma con sus árboles antiguos y flores. Finalmente a Alpes, a mi casa.