La Libreta de los Errores

Nina a los cinco años
Un día, si Dios lo permite y me da tiempo escribiré un libro con el título La Libreta de los Errores, ¿no les parece buenísimo título?, no tengo idea aún de la estructura ni si el proyecto se logrará pero por lo pronto les voy a contar un cuento. (dedicado a los lectores de ninamenocalhistories)


I.              Mi infancia en Cuba: Camouflage

Cuando tenía 5 años fui con mi mamá a una selección de baile que estaba preparando mi primer colegio, Las Esclavas del Sagrado Corazón. Era el colegio para  las niñas más venturosas, o dicho de otra forma, las que pertenecían a las mejores familias de La Habana. Yo quería participar en ese baile.  Todas las aspirantes  subimos al escenario y nos pusimos a bailar. Iba muy bien hasta que me di cuenta que se habían desamarrado las agujetas de los zapatos. Sabía que Mami me miraba y no me atreví a hacer un alto para abrocharlas de nuevo. “¡Agáchate y abróchalas!”, me gritaba yo misma desde el alma. Pero el miedo inmenso me había sorprendido. “Mejor sigo  bailando, pero lo haré muy mal”, pensé. Mientras, los pies perdían sus zapatos. Iba en un tipo de descenso non stop. Mami no dijo nada cuando me eliminaron. Un cuchillo se me clavó  en el pecho. 
Escaleras al entrar en Las Esclavas, hoy es colegio bastante arruinado, 
se llama Preuniversitario Manuel Bisbé, calle 62 No. 509 e/. 5ta A y 5ta B
Manuel Bisbé era Intelectual revolucionario, profesor universitario y diplomático
 cubano, representante de la Revolución en la ONU entre 1959 y 1961,
 cuando muere. Doctor en Filosofía y Letras y profesor de Griego en la
 Universidad de La Habana.

Mi primer colegio: Las Esclavas del Sagrado Corazón
 de Jesús
 en Miramar


 Dos años después, ya mi papá me había sacado de Las Esclavas porque decía “¡No hablas ni una palabra de inglés!”. Entonces me mandaron al Merici que estaba por el Country Club, mucho más cerca de mi casa y que también era un colegio muy “bien”. Hacía mi vida entre el colegio y la casa en la 5ta Ave., entre Gran Boulevard y 3ra, (hoy se llama Calle 21 entre Avenidas 146 y 150, en Cubanacán), donde montaba en bicicleta y jugaba con las pandillas de la cuadra, todos primos o emparentados, Guillo Aguilera, los Fanjul, los  “Viriaticos” Gutiérrez, Miguel Mariano Freyre, José Miguel y Cristina Mendoza, los Mestre, los Sosa y los Dusaq. Yo era la sombra de Teo, mi hermano mayor, y participaba en el vandalismo que a él se le ocurriera. Tenía miedo que Teo me encerrara en el cuarto de máquinas del garaje, como hacía con Luis, el menor, quien por más que gritaba, nadie se enteraba hasta la noche. 

Éramos lobos salvajes, entrabamos a las casas de parejas sin hijos como los Kaffenburg y los Earl Smith, Embajadores de los Estados Unidos. Entendíamos que no sabían qué hacer con nosotros, nos poníamos a jugar a los indios apaches y cowboys del oeste, corriendo por los pasillos y salones de esas casas en el Country Club.
Nina, Luis y Teo. 5, 2 y 7 años aproximadamente
Mi máma y mi papá en la finca de Yarigüa en Manatí, Oriente (Luis Menocal y Alina Johnson)
Los sábados y domingos iba con mis hermanos y padres al famoso Havana Yatch Club. De vez en cuando, cuando estoy en La Habana voy al Havana Yacht Club que está en ruinas y se llama Sindicato de Julio Antonio Mella, mojo los pies en el agua que ahora se ve muy triste y envejecida, recojo alguna conchita en la arena. 
HYC Sindicato de gente de color hoy en día, sin ventanas

Vuelvo  a vernos cuando éramos niños, me parecía que la playa de entonces había sido tanto más amplia, tanto más brillante.

Tio Guillermo Aguilera y Sánchez, hermano de mi abuela Emilia
 Tío Charles vestido de blanco, impecable, con una flor blanca en la boutonnière del saco  de lino. “¿Cómo? ¿Está muerta Mamacita?”, le pregunté espantada. “No Ninucha, es que 


Mamacita no es mi mamá”. Nadie me explicó. Pero después vi a tío Guillermo con una flor roja en su saco blanco de lino. Supe que Mamacita, ese 10 de mayo, sí estaba viva, porque tío Guillermo también era hijo de Mamacita. Charles era hijo de Tía Caridad, ya muerta y hermana de Mamacita; tío Guillermo y Abuela eran  hijos de Mamacita, mi bisabuela. Es decir, todos eran hermanos y primos hermanos a la vez...

Estábamos corriendo por las terrazas del Yatch o patinando sin respiro. Vi a Teo en la clase de boxeo. Y a Mami –ella era encantadora-,  hablando a carcajadas justo en la parte de afuera del bar redondo. Habían unas semi-ventanas que se abrían por donde Daniel el cantinero nos pasaba las hamburguesas. Adentro, en el bar, todos los hombres gritaban y fumaban tabacos después del almuerzo. Ahí estaba mi abuelo paterno (Papa Luis Menocal), calvo y gordo con anteojos redondos; él nos regalaba billetes de cinco pesos (eran dólares) cada vez que nos veía. Nosotros pensábamos que era tremendo millonario.


Papa Luis en la playa de su casa de Varadero, tremendo millonario, el perro dobberman pincher se llamaba “Tiny”, por desgracia le ladraba a todos losmorenosque pasaban por la playa

El bar por donde antes salían las hamburguesas, hoy abandonado

Un día se preparó  una competencia náutica para los niños, donde había que trepar unas cuerdas bajo agua, llegar al muelle, brincar obstáculos, avanzar dentro de unos barriles y, finalmente, hacer un clavado al mar para nadar hasta la orilla. Era una prueba de tiempo. 
Ya no hay muelle en el Sindicato del Antiguo Havana Yatch Club

“En sus marcas, Get set, Go.!” y salí disparada desde la arena. El día de la competencia iba preparada a ganar un buenísimo lugar. Muy pronto me enredé en las cuerdas de la primera prueba. Tal fue mi sorpresa, tan profundo mi apabullamiento, que cuando llegué al muelle a la prueba de obstáculos decidí fallarlas todas. Iba muy despacio, dolorosamente despacio. Me caía. “¡Qué más da!” oía una voz por ahí. Cuando al fin me tiré al mar, los demás concursantes me habían pasado hacía rato. Ya en el mar medio nadaba, tragaba mucha agua, me sumía hasta casi ahogarme. No llegué en último lugar, sino en penúltimo.

El muelle de hoy, peligro, no subir, 
Teo mi hermano me dijo un dia, 
ya cuando vivíamos en México
y éramos adultos jóvenes 
“Well, Darling, everything has to end”.
Tenía entonces 7 o 8 años y además del cuchillo que ya traía clavado, sentí un machete que esta vez me doblada en dos, supe que no tenía que competir jamás. Anduve con el machete y el cuchillo durante toda mi infancia en Cuba. 

Y entendí otra cosa: que tenía que “borrarme”, hacerme invisible.
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