Sangre




Hasta a don Samuel Ruiz le tocó


La escena del crimen

– ¡Lara!¡Lara! – era su nieto Milinko gritando –¿Estás sangrando? – todo esto de un piso a otro, ella en el tercero, desde las oficinas de su galería; él en el segundo donde estaban las habitaciones. Una escalera de caracol unía estos niveles. 
–¡Claro que no estoy sangrando!
– ¡Lara! ¿Está sangrando Tachito?
Eran las 11:30 de la mañana, Lara estaba con el profesor de alemán y en otro escritorio Ginger, curadora de la galería. Julián, el Director, andaba fuera entregando obras de arte.
Rápido Lara y Ginger salieron a la terraza a buscar al perro recuperado, grande aunque no enorme, negro y color café, siempre con una carita de preocupación. Entre las mujeres voltearon al perro de panza, lo revisaron perfectamente, luego otra vez en cuatro patas, le abrieron el hocico, buscaron en las orejas, el lomo, la cola.
-¡Tachito no sangra! –gritó Lara.
– ¡Baja! ¡Baja!
En cuanto bajó se armó la revolución. Era una casona en uno de los suburbios de la gran ciudad. Había mucha gente entre el personal, Estela la secretaria con 31 años de antigüedad, el profesor de alemán y el equipo de la galería.
Sangre en las paredes, eran como brochazos de un lado del hall que daba a las habitaciones y del otro como chispas de sangre ¿sería sangre? Sí, sangre de animal decían unos, salpicadas como con pincel que llegaban hasta las pinturas en la pared.
– ¡Llamen a Estela! Estela llama al Señor José, Ginger llama a Julián, que vengan ahora!
Mientras tanto Milinko y el chofer decidieron que había que buscar a un muerto. Subieron a la azotea, Lara no sabía bien donde estaban.
Ginger, Estela y Lara siguieron el rastro de sangre que iba por las paredes, manchaba las fotografías de los nietos, de Lara, de José y de las hijas Uno y Dos.
– La sangre, Dios mío, rayaron mis fotografías con el Presidente Belisario Betancur y el Rey Juan Carlos y esparcieron sobre las de mis hijas – dijo Lara – ¡Y las de mis cinco nietos!
– Hasta la foto del Obispo don Samuel Ruiz tenía sangre. – exclamó Lara.
Los rastros condujeron al cuarto de Lara, la puerta abierta estaba rayada con sangre y el closet de los zapatos de José aún más. Lara estaba aturdida, solo entonces entendió que alguien había profanado su intimidad. Subió corriendo por la escalera de caracol, vio gotas de sangre por el piso de linóleo blanco justo debajo de su escritorio y otras a un lado de la silla de Ginger, sangre también en las paredes y muebles de la oficina de Julián.
 – ¡Que nadie salga de esta casa! –era el grito y la orden de Milinko.
– ¿Puedo irme Lara? –preguntó nervioso el profesor de alemán.
– ¡Váyase!
Milinko, el chofer, el mesero, el vigilante y el jefe de almacén de la galería se pusieron a estudiar la grabación de todas las salidas y entradas de esa mañana y las del día anterior. Nada parecía fuera de lo normal. Solo Mónica, la recamarera, había sacado al perro a pasear a las 8:30 como lo hacía diario.
– No, yo hubiera oído cualquier ruido en la noche ­– dijo el vigilante –. Nadie entró.
– Esto es algo sobrenatural – dijo Milinko, – ¡Llamen a mi mamá y a mi tía!.
Todos gritaban algo. Lara ya había hablado con sus dos hijas. La “Uno” dijo que pidiera auxilio al 911. La “Dos” que echara a la Policía de la casa.
–Yo enviaré al Servicio de Seguridad de mi empresa.– dijo Dos.
Ya habían llegado Julián y el Señor José.
Lara llamó a un artista iniciado en Palo Monte.
 – ¿Es posible que esto sea paranormal? – preguntó con el corazón latiendo de miedo – El otro día un babalawo cubano me dijo que había que sacrificar animales, “de ninguna manera”, le contesté; entonces quiso cobrar 3,000 pesos por hacerme una cura. “No estoy preparada”.  Me fui y corté contacto con él.
– Seguro nos ha embrujado ¡es él! – gritó Lara histérica.                
– No, quien lo hizo está en tu casa. En México hay cosas de la Santa Muerte, un fenómeno considerado diabólico. 
Cundió la histeria entre todos en la casa. Llegaron 10 policías del Sector Chapultepec. El chofer se hizo pasar por guardaespaldas de la Señora Lara, trató de contenerlos pero de alguna forma lograron subir a la cocina. Julián, el más calmado, razonó con ellos y les ofreció una propina. Se fueron. Llegaron las hijas Uno y Dos, se asustaron mucho cuando vieron que las paredes y fotografías sangraban, que la sangre seguía por la cocina, el garaje, salpicaba los coches de Lara y de Milinko y llegaba hasta la reja de entrada.
Empleados de casa, equipo de galería y familia nos cruzábamos en las escaleras de atrás que llegan a las oficinas, bajábamos por la de caracol y José que estaba furioso pues no creía “en brujerías”, palideció cuando vio su closet de zapatos embarrado en sangre.
Llegaron los detectives privados que había llamado la hija Dos. Comenzó el terror. Usaron un cuarto del segundo piso para interrogar a los sospechosos: Mónica la recamarera, Marisa la lavandera, Luis el vigilante, Corina la cocinera y Estela la secretaria.
Lara de repente vio que su sudadera blanca estaba salpicada de la parte de atrás, su inmaculada blusa blanca tenía un circulo perfecto de 1 cm de diámetro a la altura de la cintura.
 – ¿Cómo me agarraron sin darme cuenta?– gritó aterrada.
Los detectives después de horas llamaron al cuarto de interrogatorios a la familia: José, Lara, hija Uno, hija Dos y Milinko.
– Fue Mónica – aseguraron.
– ¡Es la persona más callada, más dulce de esta casa, siempre sonriente! – dijo Lara.
– Así son, saben mentir muy bien. Y la secretaria es su cómplice –dijeron los detectives.
– ¡Es imposible! – gritó José – es fiel, honrada y querida.
– Pregúntele, don José ¿por qué no reportó el uniforme manchado de sangre de Mónica?
La realidad era que la lavandera vio a Mónica temprano en la mañana con el uniforme manchado. Le preguntó – ¿Todos están bien en la casa? – pero Mónica no contestó y se cambió de ropa. Los detectives “torturaron” con preguntas, amenazas e insinuaciones a los sospechosos y llegaron al veredicto definitivo: Mónica, aunque lo negó mil veces, era la culpable.
Se fueron muy tarde. Mónica no paraba de llorar. Lara y Milinko creían que había sido la cocinera pues solo llevaba un mes en la casa y los demás tenían años, con excepción de Mónica que apenas cumplía once meses.
Nadie durmió esa noche. En la mañana temprano Mónica llamó a Lara y a Milinko y les dijo que era inocente, la cara hinchada de tanto llorar. Las hijas Uno y Dos y José fueron consultados, decidieron que los detectives sabían su oficio.
Ya en la puerta de la calle, a punto de irse para su pueblo sin retorno posible, acompañada por Lara y su nieto -quienes juraban que no volverían a comer en casa-, fue en ese instante que  Mónica se volteó para decir:
“Señora, se me olvidaba avisar que el perro se machucó la cola con la puerta de metal pesado que da al garaje y aulló bastante”.
En el hospital de perros de la calle de Cincinnati nos dijeron que la sangre en la punta de la cola se había coagulado tres horas después de haber creado lo que seguramente fue “una escena de crimen”. Hubo que abrir la herida, curarla y dar antibióticos al perro durante 10 días.


  

Belisario Betancur Presidente de Colombia, 1982-1986. Inicio el proceso de diálogos con las guerrillas para llegar a una solución pacífica. Impulsó un proyecto de amnistía con el Congreso que se convirtió en ley a finales de 1982



Sangre en los nietos de Lara 





Gota de sangre sobre arte contemporáneo






















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