Loco de la Naturaleza, ¿sabrá usar los cubiertos el comunista?


Llegó a México un amigo muy querido, artista famoso mundialmente, paisajista. Para él fui al salón temprano, me hizo Gaby recogido precioso y Michael me maquilló. Vestida sencilla en beige y negro, salí al Parque Aztlán, una maravilla en el mero centro de la Ciudad de México. Construido en 2021 por la entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, el parque temático sustituyó a La Feria de Chapultepec. Ahora nos invita a sus oficinas ahí, Alfredo Miguel, amigo de travesuras y tequila de hace años. Un honor grande me tocó, introducir a Tomás Sánchez, sí, ya había practicado leyendo mi texto en voz alta, antes; aquí en público. 



Loco de la Naturaleza, Tomás Sánchez Loco de la naturaleza, Tomás, vives en el paraíso verdadero. Sientes la brisa de Costa Rica, agua y mar, de la zona azul llamada Nicoya, donde las personas viven más de 100 años, te emocionas con la exuberancia vegetal de los parajes, el sonido de los ríos y las cascadas, escuchas tranquilo el cantar de las aves y el rumor de animales amigos, invisibles. Pasean mariposas de colores y tú, tú hueles las flores. Sonríes. Saboreas el bosque lleno de vida y su suave aire fresco, húmedo por la neblina. Conoces cada planta, árbol, arbusto, hierbas; pisas feliz la tierra cubierta de hojas caídas y musgo. Loco de la naturaleza y monje, haces yoga, meditas, rezas, miras tu alma y gozas. Gozas porque sabes que vas a pintar las formas mágicas del paisaje que es tuyo, que desde siempre ha estado contigo, en los latidos de tu corazón. Loco de la naturaleza has formado familia en la montaña, la gente que trabaja contigo desde hace 20 años, ayudantes que construyen prensas para grabados en metal y madera, caballetes, y a quienes gusta dibujar, ellos, tu familia en el cielo costarricense. 




Laguna fue el primer cuadro que te compré, en Sotheby´s en 1988, tan hermoso era, tan profundos sus colores verdes y azules, que en mayo de 1989 fui a Cuba a buscarte. Mi prima Fichú Menocal, mecenas de artistas como todos los Menocal, me llevó a tí de la mano. Cocinaste arroz y frijoles negros, yuca y plátanos maduros, carne de cerdo, en tu casa de Guanabacoa, campo cubano. Tus ojos serenos me cautivaron, tu porte, eras alto y delgado, muy derecho, tu mente filosófica explicaba una visión optimista del universo y la espiritualidad de ciertos seres humanos, los escogidos. Sobre todo, tu conciencia ecológica se hacía evidente. En noviembre de ese mismo año. 1989, expusiste 10 obras en la Galería Arvil de la Zona Rosa en la capital de México, todas se vendieron la noche del estreno. Por primera vez el Gobierno cubano entendió el valor del arte, pero no del artista. El dinero se fue con el Ministerio de Cultura, con las cinco personas de la Junta Directiva secreta, con dos oficiales de Seguridad del Estado ¿y para ti? una fundación que nunca te perteneció. 


Eliseo Vidal, ex nadador olímpico y mala persona, coordinador de la fundación, llevó el dinero de la exposición de Arvil a Cuba. Lo llevó en un maletín en mano mientras informaba a la policía política en tu contra, Tomás. Gracias a ese villano y a nuestro héroe Zacarías Martín llegaste a México en 1993 y después a Miami, antes de Costa Rica. Regresemos atrás, a 1990 cuando conmigo viajaste a Nueva York, Días entrañables, fui tu traductora en el Parsons School of Design y en el New School for Social Research. Estuvimos en el estudio de Joseph Kosuth, artista conceptual filósofo y antropólogo, visitamos a Toni Schafrazi, galerista que movió a los artistas de los ‘60 y ‘70, en el Pop Art, reconocimos a Leo Castelli, icónico galerista de arte contemporáneo en The Odeon, brasserie de West Broadway. 




De ahí volamos a Palm Beach a las fiestas de Navidad, donde mi amiga Kika Pagliai te ayudó a ponerte un tuxedo, o traje de etiqueta, rentado. Esa noche todos los ojos de cubanos ricos exiliados en la Florida estaban puestos en el “comunista”, ese eras tú. Artista de Cuba, comunista claro, pensaban ellos, las señoras querían ver si el comunista sabe usar los cubiertos de vermeille. Para acabar, Tomás, debo decir que todas las cubanas ricachonas se enamoraron del comunista, como yo también, y como todos quienes te conocen. Gracias por estar en mi camino, Gracias Emilio Gamboa por el libro Tomás Sánchez, gracias por traer al artista a tierras aztecas.

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