Acapulco destruido, Cuatro Vientos una fonda que vale la pena
Hachiko el perro fiel que esperó 9 años a su dueño
Acabo de regresar de Acapulco, así que ponemos a París en “aplazado” por el momento. Unos días con mi amiga Lourdes Vertiz en el Hotel Pierre. Difícil la llegada, un choque después de Tres Marías, 40 minutos sin avanzar y antes de Chilpancingo la computadora del coche enloqueció, un rato en el mecánico. Antes comimos en Cuatro Vientos, la sabrosa cecina natural con tortillas, sopes recién hechos, frijoles refritos y requesón, qué rica comida 100% mexicana. La fonda está de paso por la autopista Cuernavaca-Acapulco. Por fin llegamos a la Playa Diamante donde está el Pierre. Construido en 1957 por el filántropo norteamericano J. Paul Getty como un refugio personal, es de arquitectura mexicana, exuberantes jardines y flores rosas y azules, además de magníficas vistas del Océano Pacífico. El mobiliario original fue diseñado por Clara Porset, la arquitecta y diseñadora de muebles nacida en Cuba y nacionalizada mexicana. Ahora Porset está de moda, Ana Elena Mallet va a presentar una exhibición con su mobiliario en el MUAC, próximamente.
A caminar una hora ida y vuelta desde la palapa frente al mar, hacía la izquierda, es decir en dirección de Playa Bonfil. Lo que no sabía es que con el cambio climático la quemada del sol es tremenda. Vi edificios destruidos y palmeras despeinadas también. Pero cuando caminé a la derecha, hacia el Hotel Camino Real, no reconocí nada. Nuevas construcciones raras. Todos los días las comidas muy austeras, cocktail de camarones, tostada de atún o de pulpo, sin embargo los desayunos en el Pierre buenísimos, riquísimos, sopes y quesadillas, salmón ahumado, yogurt de duraznos, pan dulce, huevos rancheros u omelette, frijoles negros y fruta. La vida en el mar es fantástica, familias en sábado y domingo con sus perros, jugando al fútbol y construyendo castillos de arena. Nubes, cielo azul claro, océano gris, verde y azul oscuro, atardeceres que parecen paisajes de Caspar David Friedrich, sobresaliente pintor paisajista del romanticismo alemán del siglo XIX; tronco en la arena que parece ballena o foca; sandía verde y familia de garzas.
Adentro en el Restaurante de desayuno están las mismas esculturas de madera que traigo en la memoria, de un perro acostado, relajado, y otro sentado, muy alerta, como esperando a su dueño. Pensé en Hachikō, el perro japonés de raza akita, esperando a su amigo, el profesor Hidesaburō Ueno, en la estación de Shibuya, cerca de nueve años después de la muerte de este, de hemorragia cerebral en 1925. Actualmente se lo conoce como Chūken Hachikō, ‘el perro fiel Hachikō’. Había nacido un 10 de noviembre de 1923 en Õdate y murió en Shibuya, Tokio, el 8 de marzo de 1935. De suerte que vimos la película en HBO. Había que ponerse a llorar por la valentía, amor y fidelidad del perro.
De regreso a la Ciudad de México pasamos a tomar tequila más adelante de Chilpancingo. Los paisajes muy hermosos de montañas y árboles verdes. Ya aquí comí mucho más que lo hacía en Acapulco. Llamé a Benjamín, a la recepción del Pierre, porque no traje una chamarra con capucha blanca y letras en la parte de atrás que había comprado hace años en la feria de arte contemporáneo, Material, ¿se acuerdan, cuando estaba en el Frontón México? Pues que esa chamarra me acompaña diario en los paseos con Colmillo, mi perro fiel y querido. Benjamín, que se dice el rubio carismático y amable, prometió encontrarla. ¡Cumplió! Acaba de hablar a decir que la vieja chamarra ya apareció.
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