Venecia I. La Odisea del viaje Roma – Venecia, perdí el avión e iba cargada de maletas, java y backpack


Olas negras y plateadas bajo un cielo azul muy oscuro
    
Un riesgo esto de viajar. Llegar a Venecia fue inquietante para mí. Aeroméxico México-Roma, muy bien. Después el pánico. Estaba en un Gate por ahí en ese aeropuerto enorme, el Leonardo da Vinci, donde las tantas tiendas de todo, del mundo, se venían encima al cerebro, la Gran moda, zapatos, electrónicos, librerías, charcuterías, y demás. No aparecía en la pantalla el número de puerta a Venecia. Cuando por fin lo vi yo estaba muy lejos, con maleta, java y back-pack. Por mucho que corrí no llegué a tiempo a la 34. Perdí el avión, tuve que encontrar el “belt”, o banda de equipaje, para recuperar mi maleta. Ahora eran dos maletas, java y back-pack. A comprar otro boleto para Venecia. No hay, todos llenos. Quédese a dormir en el hotel aquí cerca, mañana sale. No, no, no. Tengo que llegar a la Inauguración de la 60ava Bienal de Venecia, la primera curada por un latinoamericano, Adriano Pedrosa, de Brasil. Se me ocurrió el tren. 


Era un tren equivocado que iba a otro lado. Gracias a Dios siempre aparece un ángel, esta vez un chico llamado Miguel. Me dijo, non preoccuparti, ti aiuterò, y así fue. Nos bajamos en Trastevere y él me pidió un taxi para que me llevara a la estación de Termini. En el camino vi las calles de Roma; el Monumento enorme de mármol blanco en honor a Victor Manuel II, primer rey de Italia después de la unificación del país; el Coliseo, símbolo de la Ciudad Eterna; el Foro Romano; la Basílica de Santa María en Aracoeli y la Columna de Santa María Mayor. Todo me hizo olvidar los trastornos anteriores. Yo estaba feliz, recordando el último viaje a Roma que fue con mis inglesitos, Alina y Chris, Teo y Andrés. Por fin en el tren correcto hacia Santa Lucia, Venecia. ¡Qué bueno que perdí un vuelo, si por ello pude mirar y sentir Roma! 



 

De pronto el Gran Canal, marea alta en el norte del mar Adriático y la majestuosa iglesia neoclásica de Santos Simeón y Judas con gran cúpula de cobre y encima la estatua del Redentor. En la laguna surge Venecia, cargada de esa energía milenaria, artística e histórica, Patrimonio de la Humanidad. Venecia, construida sobre un archipiélago de pequeñas islas unidas por más de 400 puentes. Ciudad donde se camina a todos lados como en París, a veces se cruza el Gran Canal en góndola para ir al otro lado, o en vaporetto. De noche el oleaje negro y plateado, cielo azul marino muy oscuro, ventanas y arcos iluminados. Veo la Iglesia del Redentor, construida en estado de emergencia durante la terrorífica peste entre 1575 y 1576, para librar a los venecianos de la epidemia. El cielo ahora casi negro. Entré al hotel Saturnia con las dos maletas, la java y el backpack. 



Un día precioso azul claro con nubes blancas, las 13 Meninas de bronce negro, de Manolo Valdés entre el Palacio Ducal y la Basílica de San Marcos. Entramos a la basílica, especialmente para ver la Pala de Oro, arte de orfebrería en gran formato, único ejemplo intacto en el mundo que llegó de Constantinopla en 1105. Oro y piedras preciosas, Cristo y Maria, el dogo (magistrado supremo y máximo), la etimasia o trono para el Juicio Final, la Crucifixión, profetas, apóstoles, la Anunciación, la Natividad, la Presentación en el Templo, la última Cena, la Incredulidad de Tomás y así mucho más. Una joya para la eternidad. Los pisos de mosaicos diferentes, espléndidos, las cúpulas de oro, columnas cubiertas de plata, frescos y pinturas en las alturas, más oro, madera y piedra labrada, una maravilla en todo su significado esplendoroso y asombroso. La basílica o catedral de San Marcos, principal templo católico de esta isla en el mar, obra maestra de la arquitectura bizantina. Afuera una niñita feliz, paseaba a su perro.




 

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