Los Jesuitas expulsados del país, nos dejaron a San Ildefonso en el Centro


Grandes formatos y abstracciones de Sergio Hernández, y la ballena blanca

Yo pensaba que los grandes artistas de Oaxaca eran Toledo, Nieto, Morales… y ya. Pues no, Sergio Hernández es grande también. No conocía su obra, solo algunas en las colecciones de Fernanda Suárez y de Teddy Esteve. Hasta la tarde de Sábado que decidí ir al Centro con dos amigas queridas. El Colegio de San Ildefonso en toda su gloria, edificio que fundaron los Jesuitas en 1747. Ejemplo barroco sobresaliente que muestra el poder económico de la orden en épocas del Virreinato. Veinte años después, en 1767 cuando la Compañía de Jesús fue expulsada del país, el Colegio se convirtió en cuartel del Batallón de Flandes y después, de las tropas norteamericanas en 1847 y de los soldados franceses en 1862. En 1867 Benito Juárez decidió que fuera escuela, con plan de estudios positivista, que establecía, como único conocimiento válido, el método científico. 



En 1910 San Ildefonso pasó a ser parte de la UNAM para educar a intelectuales y personalidades mexicanas. Desde 1978 hasta 1992 estuvo cerrado. Lo bueno fue que en 1992, Ricardo Legorreta restauró el edificio para recibir la maravillosa exposición México: esplendores de treinta siglos. Ricardo, tan buen amigo que extraño siempre; en las caminatas de la tarde muchas veces paso por la que era su casa, en Las Lomas de Chapultepec. De San Ildefonso tengo recuerdos entrañables, cuando hice la exposición ahí de los rusos Ilya y Emilia Kabakov, artistas mundiales, que inauguró otro amigo inolvidable, Rafael Tovar y de Teresa. El título de la muestra era Angelology, y un gran Ángel caía en el patio antiguo de los Jesuitas. Triunfo del arte contemporáneo, triunfo de mi galería, un parteaguas para mí, conseguir traer a los Kabakov, lograr la exhibición, las conferencias, el documental de la vida de los artistas, visitas guiadas, cobertura importante de prensa, la cena que ofreció Eugenio López, nuestro indiscutible mecenas de arte, en su museo JUMEX. Y la suerte de Juan Domingo Beckmann, quien se puso las pilas y compró una obra. 


De la muestra de Sergio Hernández puedo decir que fue muy completa, a través de toda su carrera. Los formatos grandes con abstracciones, insectos, palmeras, historia de México, oro, fuego, grabados sobre madera, códices entre 1521 y 1560, sueños, engaño, arbitrariedad, crimen, denuncia, Benito Juárez, fondo del mar, constelaciones, libros, colores, acuarelas, mitos, universo, personajes, símbolos pictóricos, mundo maravilloso, demonios y retratos. El Cristo martirizado en rojo de cinabrio y cochinilla, oro, madera de ahuehuete. Otras obras en grafito y blanco de plomo-, figuras que flotan en algunos de los cinco océanos, un mundo de contenidos aunque ambiguos, de verdades secretas y no secretas, azar y conocimiento. Sergio Hernández usa el plomo para las obras que más me gustaron. 




En la última sala la ballena de Moby Dick, azul y blanca, dentro de un mar rojizo, belleza de animal que nos lleva a viajes lejanos, aquella época caribeña cuando en el barco queríamos conocer a la beluga, una de las especies más pequeñas.

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