Robinson Crusoe en su isla de palmeras, Santos y Paraty, estela roja, capilla pequeña


El día más feliz, yo con los peces de colores 

En estos días cumple un año el nuevo gobierno de Lula con buenos, muy buenos resultados en la economía del Brasil. Por ahí vi letreros que decían Lula ladrón pero básicamente Brasil ha vuelto como bien lo dijo él. Nos fuimos a Santos, donde jugó Pelé toda su carrera profesional en Brasil, uno de los más grandes puertos de América, playas interminables con sobrada arena y la escultura roja que yo pensé era de Niemeyer, pero no, es de Tomie Ohtake, está en el malecón peatonal de la bahía. Estela contemporánea en la extensa rambla. A caminar bajo un manto azul de nubes blancas. Frente a la escultura hay una isla tupida con palmas muy verde oscuro, pensé en Robinson Crusoe, contento ahí, solo en las costas de América. Después cayó la lluvia, el cielo entristeció. Llegamos a la antigua ciudad de Paraty, entre dos ríos, a la orilla del mar y en el corazón de la Costa Verde. Durante la colonia (1530-1815) fue el puerto exportador de oro, camino del oro, con centro histórico de piedras grandes como calles. Día muy feliz en mi vida cuando salimos del embarcadero a pasear por la bahía y pude nadar con peces de colores, amarillo y negro, coral y blanco, pensaron que yo era uno más, otro pez en las aguas cristalinas. La soledad de los pescados, la gran alegría que me hizo llorar entre aguas, el reconocimiento del yo, una más entre mar y cielo, horizonte y universo. 




Las playas en Paraty no son extraordinarias, pobres, nada que ver con las de Cuba, el pueblo sí. Casas blancas, techos naranjas de tejas, puertas de colores turquesa, amarillo, verde claro. La Igreja de Nossa Senhora do Rosário e São Benedito está en el centro, entré varias veces a dar gracias por la vida simple, por respirar, por amar y ser amada, una iglesia tan solita como yo en la Rua do Comércio, construida por esclavos en 1725. Restaurantes y bares en las noches, nos gustaba el italiano con las pastas más básicas con jitomate, hongos y postres de panacotta y açai. En la Pousada das Pedras con jardín de cocoteros, decoración de buen gusto y desayuno de crepas de mermelada de guayaba con queso, días tranquilos cerca de Dios. La capilla tan chiquita como la casa del perro aquí en Alpes, Ciudad de México, muy hermosa con el cristo y las plantas. El paseo en lancha a islas cercanas de mares color turquesa y playas privadas. Baño de gente gorda, popular. Barco llamado América. 



 

En la playa habían miles y miles de cangrejos negros, grandes pero no enormes, hábitat en arenas negras como pantano. Muy raro. Caminamos durante una hora en las pequeñas oleadas. Leíamos. Life of Pi que me regaló Polito, comprado en la librería del centro. Comimos salami y palmitos y tomamos vino blanco. Después a la Casa de Cambio, la única en la Ciudad y al mejor restaurante. Compré regalitos para el equipo de la galería y en la farmacia spray anti-mosquitos. El siguiente día de sol intenso con playa ni bonita ni fea, a lo lejos montañas, niebla y nubes, más cerca el verdor de colina. Dormí, mosquitos en la cara, quemada del sol, recordé los días con Liliana, un Acapulco ahora lejano.


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