Manolo II, un loro cerca del cielo


Me bautizaré si Manolo regresa, prometió ella a la Virgen María 

Llegó el tiempo de cerrar un círculo, Taiyana Pimentel se mudaba de la Ciudad de México, en el valle de México, región centro sur del país, a Monterrey, Nuevo León, en las faldas de la Sierra Madre Oriental en la región noreste del país. Iba a ser la directora y curadora en jefe del MARCO, Museo de arte contemporáneo. Recuerdo que le hicimos una despedida en casa Alpes antes de que partiera, con sus amigos cercanos y colegas. Era un 31 de julio de 2019, celebramos con los vinos Mâcon Villages Labouré-Roi, 2014, Pinor Noir Louis Jadot, 2016 y champagne Esterlin, Brut N.V. Luego Manolo voló al nuevo destino con su mamá. Toda una hazaña cruzar la aduana, revisaron al loro con detector de sustancias prohibidas por ambos lados de su emplumado cuerpo, aquello era de locos y el pobre animalito estaba muy asustado, con razón. Gracias a Dios que no insultó a los inspectores. 


 

Por fin llegó a Monterrey, al hotel Krystal, donde pernoctaron él y Taiyana durante su primera semana regia. Le gustó de inmediato la tierra del norte, volaba por toda la habitación, loco de felicidad, no paraba de volar. Y cuando llegó a su hogar en San Pedro García, Manolo siguió volando, del antecomedor donde él habitaba, al cuarto de Taiyana; viajando de uno al otro, dueño y Señor de la casa. Hasta que el escapista decidió la escapada. La ventana abierta, un cielo muy azul y brisa suave. Para allá voy, llamó Manolo. 

A finales del 2022 Taiyana pasaba vacaciones de invierno en el Sur de Italia. Ring, ring, era Mirta, su madre. Manolito se escapó. Silencio absoluto. Shock, ¿Qué quééé?, gritos cubanos. Taiyana no logró regresar esos primeros tres días muy dolorosos, las fechas eran complejas. Ella desesperada no entendía cuánto amaba a aquel loro gris, consentido de Dios. No paró de llorar, estaba confundida y torpe. Del otro lado del mundo, en San Pedro García, sus colegas, amigos, y aún más, nuevos amigos sampetrinos, se organizaban en escuadrones, cada uno con sus herramientas propias (redes, palos y esas cosas), para rescatar a Manolo, bueno, si lo encontraban. Pusieron flyers en los carritos del Super, hablaron con los influencers más picudos para que dieran difusión a la búsqueda del loro y salieron como soldados a rastrear. Desesperados, sabiendo que los pronósticos no eran buenos ¿cómo encontrar a un pájaro feliz y loco, en las calles, parajes y cielos regiomontanos? 


José Bedia, uno de los artistas más importantes de Cuba, radicado en Miami, Florida, con proyección internacional y aclamado con premios y distinciones, estaba entonces preparando una exposición para el MARCO. Él sintió la angustia profunda de Taiyana. Tranquila, todo va a salir bien, la consoló por whatsapp -recordemos que ella estaba en Italia, específicamente en Siena- y le explicó que estaba enviando una oración dirigida a Nuestra Señora la Virgen María. Sencilla, corta, había que rezarla con fe. En esos días Taiyana visitó las catedrales en Florencia, Siena y Nápoles. Y eso que no soy creyente, que vengo de un país sin Dios, Cuba. Ya en la última parroquia estaba tan triste que le prometió a María: me bautizaré, si Manolo regresa. Era su momento, algunas búsquedas espirituales estaban poniendo en tela de juicio su agnosticismo. Manolo apareció. Posado en un árbol, la tercera noche de su paseo por San Pedro. El jardinero lo había visto en el patio de la señora que llamó a Taiyana. Todo acabó bien, el 28 de septiembre pasado yo fui la madrina de quien ahora se llama María Taiyana, el padrino, mi querido compadre Alfonso González Migoya, empresario y filántropo regio.



 


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